Son días calurosos, de beber mucha agua y resguardarse a la sombra, frente a un ventilador o el aire acondicionado. Este final de agosto nos obliga a darnos cuenta de nuestra necesidad del agua, y de cómo su garantía de perdurabilidad a la que nos hemos aferrado desde siempre podría no ser tan segura como creemos.
Acaba de salir un estudio del científico Johan Rockström, del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático, en Alemania, que se fija en la influencia humana sobre el ciclo del agua en las últimas décadas. El resultado, que se ha publicado en la revista Nature, no dice que nos encontramos en un punto crítico: de no cambiar a tiempo, se podría ver gravemente afectado todo el sistema terrestre.
Durante toda esta semana se celebra la Semana Mundial del agua, en Estocolmo, organizada por SIWI y que ya lleva más de tres décadas realizándose. Un punto de encuentro anual para debatir y analizar los problemas mundiales del agua. En esta ocasión el lema del encuentro en “Agua para el desarrollo”.
El problema del agua en nuestro país lo analiza Ramón J. Soria en su libro España no es país para ríos, donde se centra en la situación de cuarenta ríos de entre los cerca de treinta mil que recorren las tierras de nuestro país. Soria es consciente de que no existen soluciones mágicas. Lo que es seguro, sin embargo, es que sin ríos limpios, corrientes y libres, gran parte de España se convertirá en un triste desierto. El problema más grave que padecen nuestros ríos es el olvido, la ignorancia de todos nosotros, la escasa atención que les prestamos, aunque demos mucha importancia a su agua como recurso para regar, beber, producir energía, desaguar nuestros deshechos o adornar algún paisaje.
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