Ahora es un derecho asentado y que damos por bueno con mucha normalidad, pero el derecho femenino al voto no ha estado ni mucho menos ahí siempre disponible para que las mujeres lo ejercieran.
El movimiento sufragista, un movimiento internacional de reivindicación del derecho de las mujeres a ejercer el voto, se originó en los Estados Unidos en la década de 1840 y se extendería desde 1865 a gran parte de los países europeos. Ethel Smyth (1858-1944), de quien acabamos de publicar sus Memorias, fue no solo una de sus fervientes militantes, sino quien compuso su himno: «La marcha de las mujeres». Os contaremos una anécdota que revela el carácter de esta compositora y comprometida feminista, y es que se dice que, mientras cumplía una condena de dos meses en la prisión de Holloway por arrojar piedras contra las ventanas de los políticos que se negaban a reconocer el derecho al voto de las mujeres, se la pudo ver dirigiendo a través de los barrotes de su celda, con el cepillo de dientes a modo de improvisada batuta, una interpretación del himno sufragista. De ella dijo otra célebre feminista, Virginia Woolf, que «pertenece a la raza de las pioneras, de las que abren camino».
«Si somos mujeres, pensamos a través de nuestras madres. Es inútil acudir a los grandes escritores en busca de ayuda, aunque los frecuentemos por placer».
Virginia Woolf
«Una habitación propia es un texto vivo. Nació en torno a la larga mesa de uno de los salones más espléndidos del Newnham College, el primero de los colegios femeninos de Cambridge en los que en octubre de 1928 Virginia Woolf compartiría con las estudiantes sus pensamientos sobre las mujeres y la literatura. Aquel sábado acudió al salón Clough –las malas lenguas dicen que una hora tarde, con lo que la cena se resintió– acompañada por su marido Leonard, así como por su hermana, Vanessa Bell, y su sobrina Angelica. Una semana después sería Vita Sackville-West quien se presentaría con ella a su segunda conferencia. Hacía solo unos días que se había publicado Orlando, la novela de ficción biográfica que Woolf escribió para ella.
La lectura de este breve ensayo es inagotable y su condición de clásico, lejos de alejarlo y condenarlo a acumular polvo en el lugar de honor de la biblioteca, invita a tenerlo entre las manos, a leerlo en distintos momentos de una vida y ver hacia dónde nos llevan sus caminos. Pero, por encima de todo, le haremos justicia si escuchamos su llamada y acudimos al encuentro de la escritura: a la nuestra, la de cada una, la que nace de manera distinta en esa habitación propia e inexpugnable que es el interior de una misma.»
*De la nota de la editora, Magda Lasheras, a nuestra reciente edición de Una habitación propia.
La lucha de las mujeres está teniendo ahora en Irán su expresión más encarnizada. Las iraníes se están jugando la vida cada día enfrentándose a un régimen que lleva décadas mermando sus libertades. En El libro de mi destino, Parinoush Saniee narra esta pérdida de derechos a través de la vida de Masumeh, quien, pese a todos los obstáculos, seguirá afirmando día a día su dignidad. Y sobre los estragos de la Revolución en las familias va su más reciente novela Los que se van y los que se quedan.
En Una vidriera en Leópolis, Zanna Sloniowska nos presenta la historia del despertar emocional, sexual, artístico y político de una joven en una ciudad cambiante, situada en una encrucijada de lenguas y de culturas. Y, por último, la historiadora del arte Ara de Haro trae de nuevo a la vida a la pintora Remedios Varo en La pintora pelirroja vuelve a París.
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